Friday, January 21, 2011

El sol y la luna

Hace mucho tiempo, cuando la luz del mundo todavía no existía, todos los dioses se reunieron en Teotihuacán para hablar sobre quienes iban a darle luz al mundo. En un salón grande de uno de los templos, los dioses se preguntaban entre ellos quién le daría luz al mundo.
Era una decisión muy difícil porque todos sabían que los dioses que decidieran dar luz al mundo tendrían que sacrificar sus vidas pues tendrían que arder en una hoguera.
Nadie decía nada. Todos estaban callados viéndose unos a otros. Después de unos minutos de constante silencio, Tecuciztécatl, uno de los dioses más jóvenes, se levantó y con voz alta se ofreció para arrojarse al fuego.
Los otros dioses asombrados se llenaron de alegría de saber que alguien había decidido dar la vida por el mundo. Lo felicitaron y le dijeron que era un gran dios. Pero faltaba otro dios que quisiera seguir a Tecuciztécatl para llevar a cabo tremenda tarea. No era fácil, se necesitaban dos dioses.
Tecuciztécatl se levantó una vez más y se burló de la falta de valentía de los otros dioses. Bufándose de ser el más valiente de todos, Tecuciztécatl les preguntó:
-¿Dónde hay un dios tan valiente como yo?
El silencio se apodero de la sala una vez más. Nadie contestaba. Después de unos minutos los dioses empezaron a discutir entre ellos. Fue tanto el alboroto que nadie se percató de la presencia de uno de los dioses más ancianos que se puso delante de todos. El anciano era pobre, muy humilde y con ropa modesta.
De repente, unos se preguntaban a otros qué querría el anciano y en qué estaba pensando. Los dioses más jóvenes no tenían tiempo para los viejitos en el momento que estaban decidiendo algo tan importante.
Otros dijeron:
-Él no es lo suficientemente valiente para sacrificarse.
Los dioses más importantes no creían que alguien como él podría dar su vida por el mundo. Pero el anciano, con voz suave y haciendo señales con sus manos pidió silencio y se presentó. Su nombre era Nanoatzín y como no había más voluntarios decidió ofrecer el resto de su vida para dar luz al mundo. Después de unos instantes, todos empezaron a elogiarlo tanto o más que a Tecuciztécatl.
Todos se fueron a preparar. Después una semana de ayuno y meditación, inició la gran ceremonia. Encendieron una hoguera que iluminó todo el salón. Tecuciztécatl se acercó al fuego primero pero se retiró por el tremendo calor. Se acercó varias veces pero no se atrevía a arrojarse al fuego.
Nanoatzín se levantó y caminó hacia la hoguera con la tranquilidad que lo caracterizaba. Sin pensarlo dos veces, entró en la hoguera. Los otros dioses comenzaron a gritar lo grande que era el dios Nanoatzín. Tecuciztécatl, avergonzado de su cobardía, se lanzó al fuego. Los dioses esperaron hasta que se consumió el fuego para salir a esperar las luces en el cielo.
Nadie sabía lo que iba a pasar. Repentinamente una luz apareció en el este. El sol, grande y muy brillante iluminó a los dioses. Ellos sabían que era Nanoatzín por haber sido el primero en entrar a la hoguera.
Después de un tiempo, apareció otra luz igual de brillante que la primera, la luna.
Uno de los dioses creyó que no era bueno tener dos luces iguales y como Nanoatzín entró primero debía ser el más brillante. Otro dios tomó un conejo y lo lanzó al cielo pegándole a la luna haciendo a ésta menos brillante. Y así fue como nacieron el sol y la luna.
Hasta hoy en día, si ponemos atención, podemos ver las huellas del conejo en la luna.

Barlow, Genevieve, and William N. Stivers. "El Sol Y La Luna." Legends from Mexico = Leyendas De México. Lincolnwood, IL: National Textbook, 1995. 132-38. Print.


Contesta las siguientes preguntas con fases completas.

1. ¿Cuál fue el propósito de la reunión de los dioses?
2. ¿Cómo era el dios Nanoatzín?
3. ¿Por qué crees que los otros dioses se alegraron cuando Tecuciztécatl se ofreció a dar luz al mundo?
4. ¿Cuál crees que es la moraleja de la historia?
5. ¿Cuál es el personaje con el que te identificas más, con Nanoatzín, Tecuciztécatl o los otros dioses? ¿Por qué?